Margarita, esta linda la mar.


Silencio. Eso percibían mis oídos, el sonido del silencio.  Estaba ahí sentada, en aquellas rocas que parecían indestructibles, su color amarillento me recordaba al sol del mediodía, aquel que recibía cada vez que asomaba la cabeza por el enorme ventanal de mi hogar. Eran unas piedras rugosas, pero no sentía molestia alguna, a mí me gustaba su textura y se me hacían cómodas, además, estaban ahí junto a la arena, en la cual mis pies se hundían gracias a la suavidad producida por su combinación con el agua de mar.  

En frente, solo veía el mar. Inmenso y misterioso, calmado y tormentoso; No quería dejar de verlo porque sentía que se acercaba a mí, ¡cuánto disfrutaba de aquel instante! Era eterno y entre mis pupilas producía un brillo especial. Tan lindo el mar, tan linda mi sonrisa, nunca había estado así desde aquel lejano día. Quería seguir viendo, pero algo me detenía, una voz a mi oído sutilmente me decía “Margarita, esta es tu nueva casa. El mar inmenso siempre te abraza, el sol siempre brillará y tu sonrisa resplandecerá. Margarita, no estés triste nunca más, porque tu corazón te ha guiado a este lugar”.

Sentí el golpe de una ola en mi rodilla, mientras respondía “Gracias, quién seas. Que tengas buen día”. El viento me golpeo el rostro y entre carcajadas le dije “me pareces algo tonto”. Estaba sola junto al mar, aquel que tantas veces me vio cantar, reír y llorar. Como solo había agua y viento, quise una flor en aquel momento, me levanté de las rocas extrañándolas aun sin haberlas dejado por completo y emprendí mi caminar por la orilla del inmenso mar.

Amaba ver las huellas que dejaba con mi andar, quizá en el corazón de muchos han de quedar (decía en mi interior). Seguí caminando, quería esa flor, pero ya estaba cansada, volteé a mirar si encontraba algunas piedras en donde reposar, pero no, encontré la infinidad y no del mar, la de la arena. ¡Cómo podía ser tan hermosa! Tan brillante como el oro, tenía frente a mí una de las riquezas más grandes del universo, era tan feliz. Así que lo único que hice fue acostarme en ella, cerrar mis ojos y disfrutarla.

Al mismo tiempo algo en mi interior se encendía, destellos emanaban de mi alma y como juegos pirotécnicos se esparcirán en el cielo, irónico, porque el sol estaba muy radiante y aun así se veían en ese cielo que era tan azul como…el cielo cuando hay un sol radiante, ese azul. Explotaban y chocaban las nubes blancas y esponjosas, cuya suavidad estaba encima de mí, tenían tantas formas, las nubes eran corazones, estrellas, unicornios, perritos … eran simplemente hermosas, las quería todas para mí. Pero no podía seguir observándolas, tenía que partir, mi flor debía encontrar.

Seguí mi camino y de despedida un beso deje a las nubes, les dije que no me extrañaran porque pronto regresaría a jugar y reír con ellas. Mientras caminaba el viento se intensificó, me sacudía de un lado a otro y parecía bailar conmigo, le seguí el juego a pesar de que revoloteo mi cabello; con él dance... Me sentí la mejor bailarina, un paso a la derecha y otro a la izquierda, una vuelta completa y mi corazón casi revienta. Quería volar con el viento, estar en el cielo y tocar las nubes, saltar de una en una hasta quedar dormida y arrollada en ellas como si fueran mi cuna.

Fue sensacional la compañía que me hizo el señor viento, un gran bailarín y compañero eterno. También quería quedarme con él, pero algo me decía que mi flor estaba cerca, estaba muy emocionada, quería conocerla, seguro era hermosa y llena de color. La quería entre mis manos, le pedí al universo que me la regalará porque la cuidaría, sería todo para mí, mi tesoro más preciado. Seguí avanzando. No sabía qué hora era o si existía reloj entre el mar y la arena, lo que si sabía era que mis huellas aun permanecían esbeltas, había kilómetros y kilómetros de ellas, me di cuenta que había avanzado demasiado y las piedras rugosas ya ni se veían, lo curioso es que no estaba cansada, quería seguir andando.

Dando vueltas y cantando seguí caminando, hasta que en un momento a mi oído alguien grito “Sigue mi niña, sigue andando, no te detengas y sigue” la voz me estremeció y la piel erizo, parecía que mi corazón le pertenecía a ella, así que no tuve que pensarlo, solo lo hice. Seguí.
Entre mi danza y voz desafinada el aire helado toco mis manos y una suave voz resonó “hasta aquí has llegado”, le conteste “¿y mi flor?”, alguien respondió “en tus manos esta”. Baje mi mirada y observe mis manos, ahí no estaba, entristecí y vi como todo al instante oscurecía, el sol desapareció y la arena ya no brillaba, el viento fue el único que se quedó conmigo mientras mil lagrimas derramaba.
Con mis dedos a mi lado comencé a dibujar, plasme mi apreciada flor, la feliz, la triste, la cantante, la bailarina y la dibujante; plasme aquella flor que en toda versión era la misma y que ella, era yo.  

Decepcionada alce mi mirada, la luna brillaba y alguien recitaba “Margarita, esta linda la mar …no mires a ningún otro lugar, te regalo la luna y no la flor, porque tú eres ella y a la vez mi flor, aquí perteneces. Porque también eres mar, eres mar, arena, rocas y nubes
“Margarita, que linda esta la mar …que linda estas tu” Lo comprendí, todo era mío y yo era de todo. Guiñé un ojo a la luna, le sonreí e hice mi cómplice. Cerré mis ojos y en sus destellos me convertí.

“Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.”
                                                                                      Rubén Darío.

En memoria de Camila M, la talentosa y linda Margarita.

By: Sandra Valencia.






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